EL BELICISMO DE ERNST JÜNGER

"La moral no se sostiene por sí sola, ha de dotarse de imaginarios, de gestas, de la posibilidad de un futuro de honor y gloria, de canciones o, llanamente, del deseo de volver a ver a nuestros familiares "

28/03/2022


Muchos autores, cuando poseen un extenso grado de libertad en sus opiniones, tienden a ser señalados por un lado y por otro del espectro ideológico al no compartir de manera unánime los preceptos de cada uno de los polos. Al mismo tiempo, se procede al encasillamiento del autor por una fase concreta de su vida y de su obra, como si los hombres y mujeres, en su caminar por la vida, fueran seres estancos que no están sujetos a ninguna transformación.

Este es el caso de Ernst Jünger, a quien se ha llegado a calificar de protonazi y de ser un profundo belicista. Estas críticas giran en torno a su obra Tempestades de Acero, donde narra sus experiencias en el primer gran conflicto global de la historia con gran clarividencia y veracidad. También, sus ensayos de posguerra, donde hace un profundo alarde de nacionalismo, supusieron su tumba como escritor y que durante largo tiempo se le relegase a un segundo plano.

Lo que yo pongo en duda no es su belicismo ni su nacionalismo, que Jünger no esconde en ningún momento, sino la crítica que subyace a esta actitud y el ensalzamiento de otros autores antibelicistas que como Remarque, prácticamente ni olieron el frente. Quizás su símil francés se encuentre en Céline, del que yo me encuentro muy alejado ideológicamente, lo que al igual que Jünger, no me imposibilita para admitir su valor histórico y literario.

Jünger en ningún momento infunde odio hacia Tommies[1] y Poilus[2], como atestigua una de las conversaciones que mantiene en francés con un oficial británico. Y, quién sabe, tal vez omitiese pasajes de su obra para facilitar su publicación en los países vecinos, pero esto sería mera especulación. Si nos atenemos a su obra, no se atestigua proclama alguna que evidencie una animadversión hacia quienes fueron sus enemigos más allá de que estos se encontrasen en la trinchera opuesta.

Su actitud no es justificable, pero sí entendible en su contexto. Hoy es común tender hacia el revisionismo y a juzgar hechos pasados con los mismos valores del presente. En mi opinión, es un error, porque nos aleja de la verdad que imperaba en esos días y porque le aplicamos una moral que en su momento no existía. La sociedad europea de finales del XIX y principios del XX era profundamente militarista, incentivada por las propias esferas de poder que encumbraban a los militares entre los estratos más elevados del país. Si bien, es verdad que muchos de estos militares provenían de familias nobiliarias; el ejército se había convertido en una forma de escalar socialmente. Esta deposición de las virtudes morales, incluso estéticas, de la nación en el cuerpo de militares, era algo que imbuía a casi todos los estamentos de la sociedad. El ejemplo lo obtenemos de las escenas vividas tras el inicio de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 y que el propio Jünger deja por escrito en su obra:

«Por la plaza de Ernesto-Augusto pasaba desfilando un regimiento que marchaba al frente. Los soldados cantaban, entre sus filas se habían introducido señoras y muchachas y los adornaban con flores. Desde entonces he visto muchas multitudes arrebatadas de entusiasmo; ningún otro ha sido tan hondo y poderoso como el de aquel día»[3]. O el día que pusieron a su regimiento en estado de alerta: «Cargados con un pesado equipaje y, sin embargo, eufóricos como un día de fiesta, desfilamos hacia la estación de ferrocarril»[4].

Quizás ahora, la crítica podría venir del mantenimiento de su actitud militarista una vez ha visto la carnicería que surge de las guerras, como se demuestra en este pasaje: «Alrededor yacían docenas de cadáveres putrefactos, calcificados, resecos como momias, petrificados en una siniestra danza macabra. Los franceses tuvieron que aguantar meses enteros junto a sus camaradas caídos, sin poder enterrarlos»[5]. Entonces, no sustento ya su actitud en el contexto social de la época, sino en la importancia de la moral en combate.

La moral no se sostiene por sí sola, ha de dotarse de imaginarios, de gestas, de la posibilidad de un futuro de honor y gloria, de canciones o, llanamente, del deseo de volver a ver a nuestros familiares. Todas estas cosas, que en la paz parecen ridículas, en la guerra cobran un sentido incontestable. Y en caso de que estas falten, siempre podrá uno sumergirse en el alcohol u otras drogas (cada vez hay más) para no pensar en la barbarie que se esconde tras la barricada. Un soldado sin moral ya no es solo un perjuicio para sí mismo, pues si ya es absurda la guerra, más lo será si un combatiente no le da un sentido a su sufrimiento, sino también para sus compañeros que, contagiados por un malestar claramente justificado, habrán de encontrar el mismo absurdo. Eso sí, llegar a semejantes planteamientos, que desde luego tienen su razón de ser, no cambiaría en nada la situación en la que uno se encuentra. El único remedio que queda es dotar de sentido al sinsentido, pronunciar una serie de mentiras auto infundadas como que en el otro lado hay hunos y bárbaros cuyo mayor objeto es la destrucción de nuestro hogar.

Admito que escribir estas palabras desde una silla cómoda, en un cuarto ventilado y sin humo, y con la certeza de que esta noche reposaré sobre una cama de sábanas limpias, es más fácil que hacerlo desde primera línea. Sin embargo, para eso está el joven Jünger, para trasladar que, en la destrucción provocada por masas de acero, uno es capaz de encontrarle una razón de ser al absurdo de la guerra y no perecer ante una contradicción que no solventaría, ni por asomo, la realidad de la muerte.

[1] Adjetivo con el que se denominaba coloquialmente a los soldados británicos.

[2] Adjetivo con el que se denominaba coloquialmente a los soldados franceses.

[3] Jünger, E. (2015) Tempestades de Acero. Austral. (Obra original publicada en 1920).

[4] Jünger, E. (2015) Tempestades de Acero. Austral. (Obra original publicada en 1920).

[5] Jünger, E. (2015) Tempestades de Acero. Austral. (Obra original publicada en 1920).